miércoles, mayo 25, 2005

¿Periodista o Comunicador Social? O de cómo opinar sin carnet

José Roberto Duque, un excelente periodista y mejor cronista venezolano, ha iniciado una polémica a propósito de la reciente convocatoria al Premio Nacional de Periodismo en Venezuela, a través de su bitácora http://casadelperro.blogspot.com. La discusión apunta a elaborar una especie de juicio final contra el Colegio Nacional de Periodistas (CNP), ente convocante del premio, y a la revisión necesaria de ese enfoque legalista que obliga a los periodistas de opinión a inscribirse en el CNP para tener derecho a ocupar espacios mediáticos. El debate se torna revelador, pero creo que hace falta comenzar por el principio, dejando de lado esa idea romanticona del periodismo y aceptando que esa profesión ha sido siempre mercenaria, cuando no acomodaticia y clientelar. Desde los tiempos de la Revolución Francesa, cuando los periódicos se emplearon para listar nombres cuyas cabezas tenían que rodar y para atacar difamantemente a las personalidades políticas de la época, el periodismo ha sido un arma peligrosa, a veces ideológica, a veces política, pero sobre todo publicitaria. En el mundo del periodismo la ética profesional es la excepción, y se da más que por la influencia de códigos supraindividuales, por la condición educativa y humana de los hombres y mujeres que han desempeñado el ingrato rol de periodistas. Cuando se toca este tema recuerdo siempre una frase de John Doss Passos en Paralelo 42: "el anhelo de todo periodista era desentrañar el significado exacto de todo cambio operado en la realidad". Nótese que Doss Passos emplea el verbo en pasado y que comete una generalización, ambas cosas son características del periodismo más difundido sobre la tierra: el reporterismo noticioso, ese que se apega a la poco profesional y honesta "ley del tubazo".
Generalización, foco descontextualizado, escaso dominio del lenguaje, prisa epiléptica, condicionamiento fashion (ser periodista te da caché... y poder... Oh, el cuarto poder que ahora es el primero!) y ausencia de compromiso y responsabilidad social, son las características más notorias del periodismo... en todos los tiempos. Es por esa razón que un vendedor de pantaletas con éxito empresarial puede convertirse en dueño de un medio de comunicación social, que además asume el no poco pretencioso nombre de La Verdad. No conforme con eso, el vendedor de pantaletas se da el lujo de dictar cátedra sobre la materia comunicacional, asistido y aplaudido por los periodistas que laboran en su periódico.
Esto es y ha sido siempre el periodismo, digamos que en un buen porcentaje. ¿Cuánto le darían ustedes? ¿70 por ciento, tal vez?
Para colmo de males, alguien, intentando deslastrar al periodismo de esa característica, tuvo la infeliz idea de cambiar el nombre a la profesión y colocarle la de Comunicador Social, y ya comenzó con un desatino de pertinencia y de sentido. Comunicador social –se entiende semántica y filológicamente- es aquella persona que comunica algo (intereses, demandas, novedades, ideas, etc) a la sociedad, y eso lo hacen millones de personas cotidianamente. En consecuencia: TODOS SOMOS COMUNICADORES SOCIALES. Nadie puede tomar para sí, para su empleo particular y exclusivo, un derecho universal, un derecho de todos, el de comunicar a la sociedad donde se desenvuelve los pormenores, o las generalidades, de sus inquietudes, demandas, proyectos, certezas o dudas. Hay una excesiva pretensión en eso, o una soberana ignorancia. Creo, realmente, que en los modernos comunicadores sociales operan las dos.
El periodismo ha llegado a cultivar demasiadas pretensiones alejadas de una verdadera observación de sus deberes sociales, y peor lo ha hecho ese espécimen ambiguo que se ha dado en llamar comunicador social. El periodista es un profesional de la pesquisa cotidiana, alguien que recibe las herramientas técnicas necesarias para estructurar un acontecimiento relevante en noticia, que tiene el olfato desarrollado para captar el aroma seductor de la novedad y la afinación de sentido adecuada para medir la probabilidad de impacto social de un hecho, cualquiera que sea. Y ya ven, poco de esto lo da una escuela formal. La escuela formal da ciertas herramientas técnicas, un mediano y generalmente poco actualizado referente teórico, y nada, absolutamente nada, de responsabilidad ética. Es por eso que los buenos periodistas –es decir, los responsables, los éticos, los comprometidos con la responsabilidad que les demanda la sociedad a quien se deben, esa de desentrañar el significado exacto de todo cambio operado en la realidad- pocas veces salen de las escuelas. Quien viene de una escuela y es buen periodista, es porque viene de una familia que ha sido responsable moral y éticamente, o porque por alguna extraña o esotérica razón de su destino, se le desarrolló un obsesivo apremio por la correcta intención. La ética tampoco es un objetivo frío. En términos de responsabilidad social, la ética se reduce –o se explaya- en una subjetividad bien intencionada. Bien intencionada hacia el deber de servir con honestidad al público que requiere y demanda claridad informativa, honestidad de propósitos, equilibrio de sentidos y pluralidad de recursos.Reducir la capacidad y el derecho universal de opinar a la muestra de un número de registro colegial es el mayor exabrupto y el más insolente atentado que se puede cometer contra la sociedad, pero no sorprende este hecho, justo por las razones expuesta anteriormente y otras tanta que incluiré después, si prospera el debate.

sábado, mayo 21, 2005

Combatir la ceguera

Llevo nueve meses de parto diplomático y en todo ese tiempo no he dejado de escuchar la palabra "combatir". Latinoamérica quiere "combatir" la pobreza, porque es el mal que azota nuestros pueblos. Lula y los brasileños se empeñan en "combatir" el hambre y han ideado el programa Hambre Cero, al estilo de una fortificada Línea Maginot. Ahora, recientemente, hace apenas una semana, decidieron introducir un proyecto de ley en el Congreso para "combatir" la burocracia. Es decir, la guerra total contra los males que nos obligan a hincar las rodillas ante el poder económico de las naciones desarrolladas.Eso implica, por lógica, una carrera armamentista. Hay que apertrecharse bien: cerebros inteligentes, plumas certeras, capacidades ejecutivas y voluntades férreas. ¡Cojones!, diríamos en criollo y de acuerdo a nuestros nuevos paradigmas político-ejecutivos.Hay que tenerlos, pero no valen de nada cuando se emplean en la representación política y no en el uso y establecimiento de un verdadero carácter autónomo y absolutamente sincero de nuestras acciones gubernamentales, y para esto no hace falta filosofía -aunque no viene mal un poco de ella para nuestros ilustres pensadores políticos, porque la política hay que pensarla antes de hablarla, y antes, mucho antes, de ejecutar las acciones que su trama de intereses impone.El discurso del combate, por ejemplo, ya está trillado y huele a cosa podrida. Combatir la pobreza, como si la pobreza fuera el enemigo y el pobre, en consecuencia, el blanco de todos nuestros señalamientos. La causa de los males de nuestro continente no radica en la pobreza, porque esta es sólo la consecuencia.El problema mayor es la concentración de la riqueza en pocas manos y eso es lo que hay que combatir, o resolver. La pobreza es una consecuencia de esta concentración.Solemos ejemplificar el tamaño del mal con los índices alarmantes de pobreza crítica en nuestros países y nuestro continente, pero pocas veces hablamos del índice de riqueza crítica, y cuando se menciona a un Bill Gates y la cantidad exorbitante de dólares que gana por segundo, quedamos deslumbrados y terminamos asumiéndolo como el paradigma del éxito empresarial, aunque windows esté dejando sin aliento a media humanidad.Lo que realmente necesitamos es una educación sinceradora, que nos revele la dimensión de nuestras inconsecuencias. Una de ellas, una de las mayores es hablar del pobre como un necesitado, como un ser incapaz de producir su propio bienestar, como un paria irremediable. Solemos argumentar, con aires de defensores iluminados por la mejor buenavoluntad, que a los pobres hay que asistirlos y protegerlos, y entonces corremos a idear proyectos de leyes para amparar al pobre en mitad de su pobreza -vieja estrategia católica y voluntarista: sostener al pobre con dádivas, para tenerlo siempre sometido a los designios superiores. Y la verdad es que el pobre no necesita que lo defiendan, pues el ha pasado toda su vida en eso. El pobre necesita que se le de la oportunidad de formarse, que se le respeten sus derechos ciudadanos y que se le otorguen los mecanismos para que por sí mismo pueda garantizar el cumplimiento de estos derechos.El pobre no es pendejo -no tanto como creen los políticos.Ahora bien, si se trata de una onda de "combate", yo propongo combatir la ceguera, la inconsecuencia política, la falta de sinceridad en nuestros planteamientos sociales y la mala educación de nuestro pueblo. Propongo comenzar por cambiar el discurso y señalar de una buena vez cuál es el mal en cada foro político o social donde participemos, sin caer en la pendejada de velar por lo políticamente correcto, que es lo correctamente conservador. Digamoslo ya públicamente: no es la pobreza, no es el hambre, no es la corrupción, no es la burocracia. Todo esto es consecuencia del desajuste sociopolítico y económico al que nos han llevado aquellos que sólo pensaron en ellos mismos, en su bienestar particular, y que nosotros seguimos sosteniendo con nuestro discurso ciego y lleno de lugares comunes. Creo que esto será más efectivo que idear un burocratómetro.