domingo, junio 26, 2005

Septiembre negro e Irak: Dios ha sido enviado al exilio

Dios no está muerto, ni anda de parranda, en realidad ha sido suplantado y enviado al exilio. El que hoy ocupa su lugar se llama Dinero, y ya desde el siglo XIX esos híbridos sociales entre el avaro tradicional y el especulador contemporáneo, llamados burgueses en la Francia de la época, lo habían expresado en palabras del tío Grandet, bien seguidas por todos los Goriot y los Du Bousquier contemporáneos a éste, y por quienes en la actualidad emulan sus actitudes sin mucha conciencia de ello: "El único Dios moderno en el que se tiene fe es el Dinero Omnipotente"[1]1.
De tal manera lo dicta la razón burguesa, vacía de intelecto, si acordamos que hoy decir burgués es lo mismo que decir aquel que detenta el poder económico, el que acumula en sus arcas los querubines del Dios moderno y el único que puede asistir sin penurias ni temores a cualquiera de sus múltiples y siempre indistintas moradas: los Bancos.
Pero, si quienes detentan el poder económico (y se han valido de ello para condicionar al político, emplean una razón vacía de intelecto, por determinista, simplemente objetual, decididamente lógica y matemática, acumulativa y mercantilista) han conducido al mundo y a la humanidad hacia un momento moderno caracterizado por la fragmentación de la conciencia colectiva e individual, por la quiebra del espíritu crítico y por la entronización de modelos ético–culturales llenos de falsedad y olvido, no puede asegurarse, sin riesgo de equívoco, que hallan acabado con el carácter espiritual de la sociedad contemporánea, pues a la luz de lo antes dicho no cabe duda de que lo acontecido no es más que un cambio de edictos morales, apoyado sobre la base indicada: Nuestro antiguo Dios espiritual ha sido suplantado –es obvio que no es una simple variación de nombre– y en la actualidad cualquiera puede encontrarlo en su reino moderno sentado en un gran trono, a cuya diestra está el Banco, que es hoy su casa, y a cuya siniestra se ubica el Mercado, ese templo neomoderno donde los feligreses acuden para alabarlo con regateos de compra y venta.
Es cierto, contrario a lo que pueda pensarse, la modernidad –y más aún la modernidad mediática, a la que he llamado en otra ocasión neomodernidad– no redujo la condición humana al mero ejercicio técnico de la razón –una racionalidad objetual y objetivante, cuyo fin es el ordenamiento del mundo según las hipótesis, teorías y prácticas que mejor encuadran a quienes tienen la posibilidad de ordenar–, sino que mantuvo y ha propiciado el cultivo y desarrollo de otras condiciones no menos importantes para el ordenamiento mundial y, sobre todo, para la simbolización del estamento que establece el orden. Estas condiciones son el alma, como campo de cultivo de la psique sentimental, y el cuerpo, como templo de adoración de las apariencias contingentes y de lo material[2].2
De esta manera –y sólo de esta manera–, aquel que detenta el poder ha permitido que se mantengan a la vista y en ejercicio las condiciones espiritual y material del ser humano; alejadas, eso sí, del uso del intelecto, que ha de constituirse, por su capacidad intuitiva, por su condición contemplativa y por su potencia creativa, en el mejor instrumento humano para captar el significado exacto de todos los cambios tramados en la realidad[3].3
La razón, abandonada a sí misma como mera técnica está, según lo denuncia el escritor italiano Elémire Zolla, "siempre al servicio de los poderosos y de su concepto de utilidad social, así que ellos seducen fácilmente a la psique", o al componente emotivo y sentimental del ser humano, después –bastante después–, de haberlo extrañado en la contingencia material de su apariencia. Tal como acaba de suceder con la razón esgrimida por el gobierno estadunidense para ajustar una vez más el orden de la realidad.
¿Y cuál fue el elemento objetual justificante de esta razón? Pues se formuló, tomo cuerpo, se hizo objeto y materia aquel septiembre negro en que se derrumbaron las torres gemelas del World Trade Center, cuando todos los estadunidenses y el mundo presenciaron cómo se golpeaba al Dios moderno y a sus símbolos sagrados, y con ello se ofendía al mundo civilizado, a la libertad, a la democracia, al orden mundial establecido y sostenido sobre la base de la razón occidental capitalista, objetual y objetivante, lógica y matemática, acumulativa y mercantilista, a la cual todos debemos sumarnos si no queremos perecer bajo la mirada indiferente de los sacerdotes de su templo, o peor aún, si no deseamos que se nos convoque para informarnos que nuestras deudas han de ser eternas.

A la luz de la psique hollywoodense
El atentado contra los Estados Unidos –dijo en aquel entonces su presidente, aunque debió ser más preciso y decir: contra los símbolos del poder económico y militar que en el mundo ejerce Estados Unidos. Pero, entendamos que llegar a este argumento es nuestra responsabilidad, que sí empleamos el intelecto, ¿o me equivoco?–. Sentenció, entonces, George W. Bush que el ataque contra Estados Unidos era una acción contra el mundo civilizado y democrático, y, además –empleando una razón tan artificiosa, incongruente y perversa, como la que puede esgrimirse para justificar la voladura del World Trade Center o de cualquiera otra acción similar– agregó que las causas de tal acción debían ubicarse en el odio que el enemigo cultiva y fomenta hacia el modo de vida estadunidense. De ello, si empleamos la razón lógica matemática –así, abandonada a sí misma– deduciremos que el modo de vida estadunidense es el modelo perfecto de civilización y democracia, tal como 2 más 2 son 4, y por ello se justifica que sea el paraíso del Dios moderno –o la sede de su templo mayor– quien tiene la absoluta potestad de decidir sobre lo que conviene o no a ese mundo civilizado que representa y rige.
Sin embargo, nosotros, que sí empleamos la luz de la razón; es decir, que sí procuramos iluminar nuestro pensamiento con la intuición y el sentido crítico –¿o me equivoco?–, no nos conformamos con observar los hechos y dejar que la psique sentimental anegue nuestra capacidad racional y nos ahogue en un mar de lágrimas, para concluir armándonos una película hollywoodense en la cabeza, llena de decentes y buenmozotes héroes gringos y malditos sanababiches terroristas árabes, chinos mafiosos y fokinyues y latinos narcotraficantes. No, nosotros vamos más allá de la contingencia y nos dedicamos a contemplar los hechos sin extrañarlos de su contexto histórico ni de sus posibles consecuencias, y por ello somos capaces de entender la postura de ese mediajoker neoyorkino llamado Joy Skaggs, afianzada en esta frase: "Los medios de comunicación y las personas en general olvidan que la historia es más importante que la verdad"[4].4

La verdad histórica de Joy Skaggs
¿Y quién es Joy Skaggs?, se preguntarán ustedes. Pues se trata de un neoyorkino que ha pasado su vida demostrando cómo los medios de comunicación social estadunidenses hacen un uso indiferenciado y manipulador de la verdad histórica, sujetos exclusivamente al interés o beneficio económico que cualquier hecho puede devengarles. Su última jugada –hasta donde tengo información– la realizó el 29 de noviembre de 1995, ante las cámaras y los micrófonos de CNN. Skaggs inventó un proyecto científico –totalmente ficticio– que denominó Proyecto Salomón, cuyo objetivo era desarrollar un supercomputador analítico, capaz de determinar de manera infalible, luego de haberle suministrado todas las pruebas de un juicio, la culpabilidad o inocencia del acusado. Para demostrarlo informó a CNN, tomando la identidad de un profesor de la Escuela de Leyes de San Francisco, que harían una prueba con el caso de O. J. Simpson. La prueba se hizo y determinó la absoluta culpabilidad del acusado. Por supuesto, Skaggs y su equipo de colaboradores, entre los que se encontraban algunos técnicos en computación, programaron el ordenador para que, de forma lógica, arrojara el resultado descrito. CNN, ante la primicia del nuevo e infalible veredicto, demostrado por el Proyecto Salomón, se apresuró a lanzar la noticia al aire. Al día siguiente Joy Skaggs revelaría al mundo, a través del New York Times, todo su juego.
La verdad histórica de Joy Skaggs demostró que muy pocos medios masivos estadunidenses –y esto es así en casi todo el mundo– se aplican a investigar los antecedentes de los datos que reciben y se apresuran a lanzar al aire un acontecimiento por el simple hecho de que pueda resultar impactante y, por ello, beneficioso para la cobertura de su rating. En la cobertura de los hechos de la voladura del World Trade Center y el atentado contra el Pentágono, como en la de los hechos bélicos recientes y calientitos, la guerra en Irak, CNN no ha actuado de manera distinta. Ni ellos, ni el presidente George W. Bush, quien se comporta, en este caso, como un Joy Skaggs.

Mitos estratagémicos
Lo cierto es que, si aplicamos el intelecto, es decir, si nos detenemos a contemplar los hechos, su forma, su contenido y su magnitud, por fuerza racional tenemos que llegar a intuir que las causas de estos acontecimientos concatenados no pueden ser tan simplonas como el hecho de que los atacantes de los símbolos del poder estadunidense estuvieron motivados por el odio a su sistema de vida, como tampoco el de que Saddam Hussein represente un peligro letal para el mundo civilizado. Sospecho que en el caso de Irak sucede algo similar al de los japoneses poco antes del lanzamiento de Little Boy sobre Hiroshima: su poder bélico era un mito, y ya para 1945 estaban pensando en negociar una rendición honorable. Así lo revela, por ejemplo, el mensaje interceptado por la inteligencia estadunidense el 13 de julio –tres semanas antes del fatídico vuelo del Enola Gay–, enviado por el ministro de Exteriores japonés a su embajador en Moscú: “Su majestad el emperador, consciente de que la actual guerra trae cada día peores males y sacrificios a los pueblos de las potencias beligerantes, desea de todo corazón que sea rápidamente terminada”[5]. 5 Claro, los estadunidenses, con su lógica objetual, determinaron que la mejor manera de cumplir los deseos de su adversario era mediante el exterminio de 150 mil civiles, y lanzaron la bomba.
Hay dos paralelismos significativos en estos hechos históricos, que revelan el carácter estratagémico del gobierno estadunidense: el primero: la inteligencia militar y Harry S. Truman mantuvieron en secreto el mensaje del ministro japonés; el segundo: la justificación para el lanzamiento de la bomba fue la de que respondía a la necesidad de salvar vidas estadunidenses. Pues bien, ya sabemos qué pasó con lo primero y podemos relacionarlo con la información de que pocos días antes del ataque terrorista al World Trade Center, el FBI había interceptado comunicaciones de los ejecutores del atentado y se las había guardado en el bolsillo del pantalón. Con lo segundo, se revela una machacada ortodoxia gringa –que no sé muy bien si es indicativo de falta de creatividad o de absoluto e indolente descaro–: frente al poder bélico–nuclear acumulado por el mandatario norcoreano Kim Jong Il, quien, además, se ha dado el lujo de desafiar a Bush, las milicias de Husseim me recuerdan a esos soldaditos de plástico con los que jugaba de niño. En consecuencia, ¿quién representa en verdad una amenaza para la estabilidad mundial? Aquí sucede lo mismo que con los japoneses en 1945, se trata de una estrategia de disuasión geopolítica que le permitirá a los Estados Unidos dictar nuevamente los términos de la política mundial y recuperar su estabilidad económica, dado que su fuerte presencia militar le asegurará la mejor tajada en la repartición del petróleo irakí.

Para librar a Dios del Exilio
Si los europeos se opusieron al inicio de la guerra contra Irak (a excepción de España y los padres de la patria estadunidense, por supuesto) y propusieron soluciones por vías diplomáticas y, sobre todo, declararon (timoratamente, es cierto) que no avalarían una invasión que pasara por bolas al Consejo de Seguridad de la ONU (que igual lo pasaron por bolas los gringos), no es en realidad porque estén dando muestras del resurgimiento de un carácter espiritual que conmueve su ánimo y los lleva a preocuparse por los miles de muertos civiles que arrojó la guerra como saldo (amén de los otros tantos militares, por los que ni se preocupan, dado que dentro del razonamiento determinista, simplemente objetual, decididamente lógico y matemático, acumulativo y mercantilista, que ha consecuenciado la fragmentación de su conciencia colectiva e individual, un soldado está allí para eso, para morir por la defensa de su patria –sin importar en qué patria esté–, de sus coterráneos –sin importar de qué calaña sean– y, más recientemente, de la democracia –sin importar qué personaje la sustente. Eso es así como que 2 más 2 da 4.)
No, la verdadera razón de los mandatarios europeos opuestos a la guerra en Irak (sin desmerecer alguna que otra posibilidad emocional), es de carácter geopolítico y económico. La Unión Europea se preocupa porque su mercado es mucho más abierto que el estadunidense, por lo que resulta mucho más sensible a las fluctuaciones económicas globales y teme que la guerra deprima el mercado y, sobre todo, la inversión. Por otro lado, está el asunto del petróleo y sus precios, así como la ya descrita posibilidad de que los gringos se enfaltriquen todos los pozos irakíes.
Otros argumentos deslindantes de las reales razones estadunidenses para desplazar todo su poderío bélico hacia el mundo musulmán son concluyentes –para esa lúcida razón que nosotros sí tenemos, ¿o no? En el caso de los atentados del 11 de septiembre –hecho que origina el principio de todo este berenjenal–, si observamos lo focalizado que estuvieron los ataques, y que han estado a lo largo de los enfrentamientos entre facciones musulmanas fundamentalistas y el poder absolutista estadunidense, entendemos que este es un asunto entre ambos, que nos afecta, sin duda, por la tristemente célebre dependencia económica y ético–cultural que nuestros pueblos mantienen con el “gran hermano del norte”. En consecuencia, ha de comprenderse porque resulta tan vital la ruptura con esta dependencia. No con el gobierno ni el pueblo estadunidense, con quienes estamos obligados a sostener vínculos de amistad, de cooperación cultural, política y comercial, por razones obvias, sino con el sistema de dependencia político–económico que el Mercado estadunidense ha impuesto en el mundo y, en especial, en el nuestro, que sigue siendo tercio y subdesarrollado, según el perfecto modelo civilizatorio de los estadounidenses.
Dejar de lado la historia, y el intelecto que puede revisarla y comprenderla desde una subjetividad razonable, nos lleva a cometer desatinos como el del primer ministro italiano Silvio Berlusconi, que se atrevió a decir que la civilización occidental siempre había sido superior a la oriental; o arbitrariedades tan propias del absolutismo, o de cualquier fundamentalismo, como la que cometen el presidente George W. Bush y sus secuaces del antiguo Comando Dormido (Rumsfeld, Cheney, Wolfowitz, Perle, Abrams, Khalilzad, Lobby, Rice y el negrito exmilitar de espejuelos cuyo nombre nunca puedo recordar)[6] 6 al querer dividir el mundo, de una manera tan peligrosamente maniquea –aunque conveniente, como siempre, a sus intereses de estado–, en amigos o enemigos de los Estados Unidos y, en función de ello y de una supuesta defensa de la democracia y la libertad mundial, iniciar una campaña bélica hacia oriente medio –aquí imagino la ladeada sonrisita de Kim Jong Il, quien sabe perfectamente que el objetivo real es el de ejercer el liderazgo necesario para establecer y proteger un nuevo orden que logre disuadir a los competidores potenciales de que no deben aspirar a un papel más importante–.
Con esta posición George W. Bush demuestra que posee escaso intelecto, aunque responde, desde la lógica objetual, a esa consideración que hace de él Condoleezza Rice: es un tipo inteligente, como inteligente es cualquiera que razone y comprenda desde un ángulo contrario a la potencia cognoscitiva racional del alma humana (así, como lo hacía Truman, o como lo hizo el coronel Paul W. Tibbets, encargado de arrojar a Little Boy sobre Hiroshima). Lo cierto es que su razón, vacía de promesas y oportunidades para un mundo realmente armónico, no es otra que esa que se limita a sumar 2 más 2 y que, aunque efectivamente da 4, no nos sirve de mucho para librar a Dios de su injusto exilio.
_____Notas:
1 El tío Grandet, en Madame Bovary, de Honorato de Balzac.2 Sigo una clasificación propuesta por el escritor italiano Elémire Zolla.3 Que era, según John Doss Passos en Paralelo 42, el anhelo de todo periodista.4 Ahora no recuerdo bien dónde lo dijo Skaggs, pero lo dijo.5 En un artículo del Nº 45 de la revista colombiana El malpensante, firmado por Juan Gabriel Vásquez.6 Según datos aportados por el escritor y periodista estadunidense Eliot Weinberger a la revista colombiana El malpensante, en su artículo titulado Nueva York, 16 meses después, del nº 44.

miércoles, mayo 25, 2005

¿Periodista o Comunicador Social? O de cómo opinar sin carnet

José Roberto Duque, un excelente periodista y mejor cronista venezolano, ha iniciado una polémica a propósito de la reciente convocatoria al Premio Nacional de Periodismo en Venezuela, a través de su bitácora http://casadelperro.blogspot.com. La discusión apunta a elaborar una especie de juicio final contra el Colegio Nacional de Periodistas (CNP), ente convocante del premio, y a la revisión necesaria de ese enfoque legalista que obliga a los periodistas de opinión a inscribirse en el CNP para tener derecho a ocupar espacios mediáticos. El debate se torna revelador, pero creo que hace falta comenzar por el principio, dejando de lado esa idea romanticona del periodismo y aceptando que esa profesión ha sido siempre mercenaria, cuando no acomodaticia y clientelar. Desde los tiempos de la Revolución Francesa, cuando los periódicos se emplearon para listar nombres cuyas cabezas tenían que rodar y para atacar difamantemente a las personalidades políticas de la época, el periodismo ha sido un arma peligrosa, a veces ideológica, a veces política, pero sobre todo publicitaria. En el mundo del periodismo la ética profesional es la excepción, y se da más que por la influencia de códigos supraindividuales, por la condición educativa y humana de los hombres y mujeres que han desempeñado el ingrato rol de periodistas. Cuando se toca este tema recuerdo siempre una frase de John Doss Passos en Paralelo 42: "el anhelo de todo periodista era desentrañar el significado exacto de todo cambio operado en la realidad". Nótese que Doss Passos emplea el verbo en pasado y que comete una generalización, ambas cosas son características del periodismo más difundido sobre la tierra: el reporterismo noticioso, ese que se apega a la poco profesional y honesta "ley del tubazo".
Generalización, foco descontextualizado, escaso dominio del lenguaje, prisa epiléptica, condicionamiento fashion (ser periodista te da caché... y poder... Oh, el cuarto poder que ahora es el primero!) y ausencia de compromiso y responsabilidad social, son las características más notorias del periodismo... en todos los tiempos. Es por esa razón que un vendedor de pantaletas con éxito empresarial puede convertirse en dueño de un medio de comunicación social, que además asume el no poco pretencioso nombre de La Verdad. No conforme con eso, el vendedor de pantaletas se da el lujo de dictar cátedra sobre la materia comunicacional, asistido y aplaudido por los periodistas que laboran en su periódico.
Esto es y ha sido siempre el periodismo, digamos que en un buen porcentaje. ¿Cuánto le darían ustedes? ¿70 por ciento, tal vez?
Para colmo de males, alguien, intentando deslastrar al periodismo de esa característica, tuvo la infeliz idea de cambiar el nombre a la profesión y colocarle la de Comunicador Social, y ya comenzó con un desatino de pertinencia y de sentido. Comunicador social –se entiende semántica y filológicamente- es aquella persona que comunica algo (intereses, demandas, novedades, ideas, etc) a la sociedad, y eso lo hacen millones de personas cotidianamente. En consecuencia: TODOS SOMOS COMUNICADORES SOCIALES. Nadie puede tomar para sí, para su empleo particular y exclusivo, un derecho universal, un derecho de todos, el de comunicar a la sociedad donde se desenvuelve los pormenores, o las generalidades, de sus inquietudes, demandas, proyectos, certezas o dudas. Hay una excesiva pretensión en eso, o una soberana ignorancia. Creo, realmente, que en los modernos comunicadores sociales operan las dos.
El periodismo ha llegado a cultivar demasiadas pretensiones alejadas de una verdadera observación de sus deberes sociales, y peor lo ha hecho ese espécimen ambiguo que se ha dado en llamar comunicador social. El periodista es un profesional de la pesquisa cotidiana, alguien que recibe las herramientas técnicas necesarias para estructurar un acontecimiento relevante en noticia, que tiene el olfato desarrollado para captar el aroma seductor de la novedad y la afinación de sentido adecuada para medir la probabilidad de impacto social de un hecho, cualquiera que sea. Y ya ven, poco de esto lo da una escuela formal. La escuela formal da ciertas herramientas técnicas, un mediano y generalmente poco actualizado referente teórico, y nada, absolutamente nada, de responsabilidad ética. Es por eso que los buenos periodistas –es decir, los responsables, los éticos, los comprometidos con la responsabilidad que les demanda la sociedad a quien se deben, esa de desentrañar el significado exacto de todo cambio operado en la realidad- pocas veces salen de las escuelas. Quien viene de una escuela y es buen periodista, es porque viene de una familia que ha sido responsable moral y éticamente, o porque por alguna extraña o esotérica razón de su destino, se le desarrolló un obsesivo apremio por la correcta intención. La ética tampoco es un objetivo frío. En términos de responsabilidad social, la ética se reduce –o se explaya- en una subjetividad bien intencionada. Bien intencionada hacia el deber de servir con honestidad al público que requiere y demanda claridad informativa, honestidad de propósitos, equilibrio de sentidos y pluralidad de recursos.Reducir la capacidad y el derecho universal de opinar a la muestra de un número de registro colegial es el mayor exabrupto y el más insolente atentado que se puede cometer contra la sociedad, pero no sorprende este hecho, justo por las razones expuesta anteriormente y otras tanta que incluiré después, si prospera el debate.

sábado, mayo 21, 2005

Combatir la ceguera

Llevo nueve meses de parto diplomático y en todo ese tiempo no he dejado de escuchar la palabra "combatir". Latinoamérica quiere "combatir" la pobreza, porque es el mal que azota nuestros pueblos. Lula y los brasileños se empeñan en "combatir" el hambre y han ideado el programa Hambre Cero, al estilo de una fortificada Línea Maginot. Ahora, recientemente, hace apenas una semana, decidieron introducir un proyecto de ley en el Congreso para "combatir" la burocracia. Es decir, la guerra total contra los males que nos obligan a hincar las rodillas ante el poder económico de las naciones desarrolladas.Eso implica, por lógica, una carrera armamentista. Hay que apertrecharse bien: cerebros inteligentes, plumas certeras, capacidades ejecutivas y voluntades férreas. ¡Cojones!, diríamos en criollo y de acuerdo a nuestros nuevos paradigmas político-ejecutivos.Hay que tenerlos, pero no valen de nada cuando se emplean en la representación política y no en el uso y establecimiento de un verdadero carácter autónomo y absolutamente sincero de nuestras acciones gubernamentales, y para esto no hace falta filosofía -aunque no viene mal un poco de ella para nuestros ilustres pensadores políticos, porque la política hay que pensarla antes de hablarla, y antes, mucho antes, de ejecutar las acciones que su trama de intereses impone.El discurso del combate, por ejemplo, ya está trillado y huele a cosa podrida. Combatir la pobreza, como si la pobreza fuera el enemigo y el pobre, en consecuencia, el blanco de todos nuestros señalamientos. La causa de los males de nuestro continente no radica en la pobreza, porque esta es sólo la consecuencia.El problema mayor es la concentración de la riqueza en pocas manos y eso es lo que hay que combatir, o resolver. La pobreza es una consecuencia de esta concentración.Solemos ejemplificar el tamaño del mal con los índices alarmantes de pobreza crítica en nuestros países y nuestro continente, pero pocas veces hablamos del índice de riqueza crítica, y cuando se menciona a un Bill Gates y la cantidad exorbitante de dólares que gana por segundo, quedamos deslumbrados y terminamos asumiéndolo como el paradigma del éxito empresarial, aunque windows esté dejando sin aliento a media humanidad.Lo que realmente necesitamos es una educación sinceradora, que nos revele la dimensión de nuestras inconsecuencias. Una de ellas, una de las mayores es hablar del pobre como un necesitado, como un ser incapaz de producir su propio bienestar, como un paria irremediable. Solemos argumentar, con aires de defensores iluminados por la mejor buenavoluntad, que a los pobres hay que asistirlos y protegerlos, y entonces corremos a idear proyectos de leyes para amparar al pobre en mitad de su pobreza -vieja estrategia católica y voluntarista: sostener al pobre con dádivas, para tenerlo siempre sometido a los designios superiores. Y la verdad es que el pobre no necesita que lo defiendan, pues el ha pasado toda su vida en eso. El pobre necesita que se le de la oportunidad de formarse, que se le respeten sus derechos ciudadanos y que se le otorguen los mecanismos para que por sí mismo pueda garantizar el cumplimiento de estos derechos.El pobre no es pendejo -no tanto como creen los políticos.Ahora bien, si se trata de una onda de "combate", yo propongo combatir la ceguera, la inconsecuencia política, la falta de sinceridad en nuestros planteamientos sociales y la mala educación de nuestro pueblo. Propongo comenzar por cambiar el discurso y señalar de una buena vez cuál es el mal en cada foro político o social donde participemos, sin caer en la pendejada de velar por lo políticamente correcto, que es lo correctamente conservador. Digamoslo ya públicamente: no es la pobreza, no es el hambre, no es la corrupción, no es la burocracia. Todo esto es consecuencia del desajuste sociopolítico y económico al que nos han llevado aquellos que sólo pensaron en ellos mismos, en su bienestar particular, y que nosotros seguimos sosteniendo con nuestro discurso ciego y lleno de lugares comunes. Creo que esto será más efectivo que idear un burocratómetro.